lunes, 11 de mayo de 2009

CURSO DE MASAJE EN CHIANG MAI

Amanece diluviando y nos tenemos que ir hacia la aduana antes de que se forme demasiada cola, sin tiempo ni para desayunar. Nos tenemos que calzar las mochilas y las capas de agua como buenamente podemos para que no se empape todo. Llegamos al puesto fronterizo a la orilla del río, y después de completar los trámites de salida de Laos pillamos una barca para cruzar el Mekong. Al otro lado estamos en Chiang Khong, ya en suelo de Tailandia, y en pleno Triángulo de Oro. En esta zona se cruzan las fronteras de Laos, Birmania (Myanmar) y Tailandia y viven multitud de grupos étnicos que viven en este territorio un poco ajenos a las fronteras modernas. Desembarcar es una pequeña odisea pues no resulta nada fácil mantener el equilibrio entre el vaivén de la barca, el barro de la orilla, el peso de la mochila, y lo resbaloso que está todo. Los trámites de entrada a Tailandia también van bastante rápido y enseguida estamos ya en un tuk-tuk que nos acerca hasta la estación de buses. Cogemos un bus para ir hasta Chiang Rai, uno de los pocos destinos conectados con Chiang Khong. Aquí nos despedimos de Mayas, pues él se quedará un par de días aquí siguiendo con su recorrido, y nosotros vamos camino de Chiang Mai para enrolarnos en un curso práctico de masaje tailandés que empieza en un par de días.


A pesar de ser una gran ciudad, moderna y con todo tipo de servicios, Chiang Mai es tranquila y acogedora. Llegamos en fin de semana y aprovechamos el Sábado por la mañana para formalizar la inscripción en el curso de masaje en la Old Medicine Massage School. Entre callejear por el centro de la ciudad y curiosear por el inmenso Sunday market se nos va el resto del fin de semana. Tampoco faltan los templos para visitar, y todas las noches se celebran un enorme mercado nocturno donde se puede comprar y comer de todo a todo tipo de precios. Y es justo en este mercado nocturno cuando una noche por casualidad volvemos a encontrarnos con David y su madre. Es la tercera vez que coincidimos con ellos en este viaje, además de en China y en Laos. ¡Estas sí que son casualidades!


El Lunes a las 9 empezamos las clases. Tener una ocupación fija se nos hace raro, pero es una sensación agradable a la vez. Lo primero que tenemos que hacer todas las mañanas es rezar para preparar nuestro espíritu para dar un buen masaje. Por cierto, que rezamos en sánscrito, y ni los compañeros de clase tailandeses entendían lo que decíamos (menos mal que también teníamos la traducción en inglés). Como las clases nos pillan bastante lejos de casa, alquilamos una moto para todos los días que vamos a pasar en Chiang Mai. Además de ser el medio de transporte que vamos a usar para ir a clase, nos permitirá movernos por toda la ciudad con total libertad y descubrir sus alrededores. La primera sensación en el curso es muy buena: es todo un lujo poder hacer algo así, y compartirlo con un grupo multicultural en el que mucha gente está en una experiencia parecida a la nuestra. La mayor sorpresa nos la llevamos cuando en mitad de la clase, al tercer o cuatro día de haber empezado el curso, se presenta "de visita" Mario, un asturiano que conocimos en Hawaii allá por la Noche Buena del año pasado, y con el que hemos seguido teniendo contacto a través del mail. También él se encuentra dando la vuelta al mundo, y llevamos rondándonos por Nueva Zelanda y el sudeste asiático desde hace ya unos meses sin haber llegado a coincidir. ¡Hasta ahora!


Pasamos estas dos semanas ocupados con las clases: 3 horas de teoría por las mañanas y 3 de práctica por la tarde, con un descanso para la comida. También nos ponen deberes, pero nos sigue quedando tiempo para pasear con nuestra motillo por las calles de Chiang Mai, hacer nuestros recados, y quedar de vez en cuando con Mario y la gente de clase. Las opciones aquí son todas las imaginables, hasta localizamos un sitio donde alquilan locales de ensayo con equipos para ensayar o simplemente tocar un rato con los colegas y pasarlo bien. Beñat y Mario no dejan pasar la ocasión, y allá que van a "aporrear" el bajo y la batería un rato. Y por supuesto los fines de semana aprovechamos para recorrer los alrededores, como el lago junto a Chiang Mai, o el famoso templo Wat Doi Suthep que está construido sobre una colina que domina toda la ciudad. y tiene una monumental escalera de acceso. También aprovechamos para ver unos combates de muay thay (una variedad de boxeo tailandés, con sus reglas específicas y sus bailes rituales antes de empezar el combate). ¡No está nada mal esta vida de estudiantes! Salvo por el "estrés" del examen que nos toca hacer al final de nuestra segunda semana de curso.


El último día de clase hacemos una práctica de preparación de tratamientos herbales. Una mañana no da para profundizar mucho, pero nos lo pasamos pipa amasando hierbas en cantidad y embadurnándonos hasta las cejas. Más de uno termina con su camiseta blanca y reluciente de primera hora de la mañana totalmente amarilla o verde para la hora de comer. Así que por la tarde nada mejor que una buena sauna para relajarse y limpiar la mugre que se nos ha pegado. Al día siguiente, Viernes ya de la segunda semana, terminamos con una pequeña ceremonia de graduación y por la noche gran fiesta de celebración con toda la gente de clase: cena y juerga nocturna, pues en Chiang Mai si hay algo que no falta son sitios para salir de marcha. Algo más de dos semanas después de haber llegado a Chiang Mai es momento de proseguir viaje. Nos da pena despedirnos de algunos buenos amigos que hemos hecho aquí, pero seguro que habrá forma y ocasión de volver a encontrarse si de verdad lo queremos.

viernes, 5 de diciembre de 2008

ECHANDO RAICES EN LUANG PRABANG

Salimos de Phonsavan una mañana soleada y el autobús nos lleva una vez más a través de sinuosas carreteras de montaña que atraviesan paisajes de un verde profundo, salpicados aquí y allá de pequeñas aldeas. A mediodía hacemos un alto en un cruce de caminos que a pesar de ser sólo un pequeño conjunto de casas y restaurantes de carretera, parece ser un lugar de paso para mucha gente. Compartimos la comida con un chico inglés de padres chinos, que viaja en nuestro bus y nos cuenta su historia: está recorriendo Asia en busca de sus raíces. Las paradas en ruta son siempre cortas así que al poco rato reemprendemos la marcha y a media tarde llegamos a Luang Prabang. Como en todas las ciudades laosianas, la estación de buses queda a las afueras y alejada de la ciudad, así que la primera batalla es como siempre ponerse de acuerdo con algún conductor de tuk-tuk en el precio del trayecto hasta el centro.

Luang Prabang es la ciudad más turística de Laos, y la antítesis a Van Vieng: mucho turista europeo y no tanto anglosajón, muchos visitantes de mediana edad incluso familias y no tanto mochilero veinteañero, un montón de templos y actividades culturales para mantenerse ocupado unos cuantos días y nada de bares que se mantienen abiertos hasta el amanecer. Luang Prabang es la joya del turismo en Laos. Cuando llegamos al centro los artesanos están empezando a montar el mercado nocturno. Cada tarde a partir de las 5 se cierra al tráfico una de las calles principales y comienza el despliegue de puestos de lámparas, colchas, joyas de plata, ropas tradicionales y tallas de madera. Es el paseo perfecto para antes o después de la cena, y el sitio ideal para practicar tus dotes de regateo.


Comparado con el resto de sitios que hemos visitado en Laos, Luang Prabang es donde más visitantes y animación hay, aunque sigue siendo un sitio muy tranquilo y relajado. Para las 10 de la noche todos los restaurantes, agencias de viaje y puestos del mercado nocturno se recogen siguiendo una costumbre local que trata de preservar su forma de vida tradicional. A las 6 de la mañana del día siguiente el pueblo reinicia su actividad con la procesión de recogida de limosnas de los monjes budistas de todos los templos. Y para las 7 ya está totalmente activo el mercado de frutas, verduras, carnes y pescados, en el que seguimos descubriendo cosas nuevas y curiosas a pesar de que ya hemos visto unos cuantos mercados a estas alturas del viaje.

En Luang Prabang pasaremos 11 días estupendos, totalmente relajados y disfrutando de la vida tranquila del pueblo y visitando sus numerosos templos y los alrededores. A pocos kilómetros están varios parques naturales con unas cascadas espectaculares: Tat Kuang Si waterfalls y Tad Sae waterfalls. Son unos parajes de película donde es todo un placer para los sentidos darse un chapuzón.




Además del mercado nocturno de artesanos, descubrimos el mercado nocturno de comidas, donde acabaremos yendo todas las noches para cenar pescado fresco del río Mekong asado a la brasa. La sopa de noodles también es uno de nuestros platos preferidos y aquí tienen su receta particular. Con este tipo de delicias a nuestro alcance es fácil no echar de menos la comida de casa. Ya que casi todo el mundo incluye Luang Prabang en su plan de viaje, no es de extrañar que aquí nos hayamos reencontrado con viejos conocidos del viaje: con David y su madre, de Donosti, con quienes coincidimos en Hangzhou (China) en Marzo pasado; y con Marion y Stephane, a quiene conocimos en el sur de Laos en las 4000 Islands. Y también será aquí donde nos encontraremos con Mayas, colega de Durango que se unirá a nosotros por unos días en su ruta de vacaciones por Laos, Tailandia y Vietnam.Lo que hace especial a Luang Prabang y atrae a tantos visitantes es su espiritualidad. En el pueblo se concentran un buen número de templos y monasterios budistas, la mayoría auténticas obras de arte. Los monjes de cabeza rapada y túnica naranja son la seña de identidad de Luang Prabang y es imposible no cruzarte con ellos por la calle cuando van de camino a sus clases, en las salas de internet mientras chatean con turistas para practicar inglés, o verles en sus quehaceres diarios al visitar cualquiera de los templos de la ciudad. Sobre todo en estas ocasiones buscan curiosos la conversación del visitante, pues es su mejor ocasión para practicar inglés y para conocer más de otros países y culturas. La mayoría proceden de zonas rurales apartadas y su estancia en el monasterio es todo un esfuerzo para sus familias que se sacrifican para que ellos puedan acceder a una educación. Sus vidas son duras pues viven con lo justo y no tienen ningún lujo, pero todos se consideran afortunados de tener la oportunidad de educarse para optar a un futuro mejor. Varias mañana madrugamos para ver la procesión de las limosnas, un ritual que se mantiene en el tiempo y que simboliza la vida de privación de los monjes budistas, que salen a pedir comida cada día al amanecer. Lo que los vecinos del pueblo les den se comparte entre todos, y éste es el único sustento del que disponen.


Para experimentar un poco más la cultura laosiana, nos apuntamos a un curso de cocina de un día. Antes de empezar la clase, nuestro maestro cocinero nos lleva de visita al mercado, donde nos ayuda a descrubrir multitud de ingredientes desconocidos para nosotros, y a descrifrar su aplicación en los platos típicos de la cocina del país. Después de la visita al mercado nos pasamos toda la mañana cocinando varios platos tradicionales. La clase es muy práctica, y a todos nos toca picar, trocear, machacar, mezclar y freir. Para cuando llega la hora de la comida hemos sido capaces de prepararnos un pequeño banquete del que damos buena cuenta. El menú: una salsa para untar a base de chili picante, sticky rice a discreción, una ensalada de carne cruda aderezada con bilis de búfalo, lemon grass relleno de pollo y pescado fresco del Mekong cocinado en su jugo y envuelto en hoja de banano. Ha sido una experiencia muy divertida ... ¡y también sabrosa! porque por raros que suenen los platos, está todo delicioso. Lástima que la mayoría de los ingredientes sean un tanto especiales, con lo que no será fácil reproducir estas recetas en casa (hoy por hoy, la bilis de búfalo o la flor de bananero no es que sean demasiado frecuentes en las tiendas, ¿no?).

Y casi sin darnos cuenta llega el momento de seguir la marcha y despedirse de Luang Prabang, uno de los sitios donde más nos hemos arraigado. En compañía de Mayas nos embarcamos en uno de los pequeños botes cubiertos que remontan el río Mekong hacia el norte, hasta la frontera con Tailandia. Es un trayecto de 2 días por el río, navegando a contracorriente por una zona selvática donde la población es muy escasa y dispersa. El primer día atracamos en Pak Beng para hacer noche. Es el único pueblo entre Luang Prabang y la frontera con Tailandia. La mañana siguiente temprano volvemos a embarcar y poco antes del atardecer llegamos a Hua Xay, a pocos metros de la frontera con Tailandia. Desde aquí, sólo hay que cruzar el río para cambiar de país. Pero eso ya será a la mañana siguiente, pues llegamos cuando la frontera ya está cerrada. Así que aprovechamos nuestra última noche en Laos para disfrutar con los compañeros de viaje del bote de una buena cena típica.

jueves, 4 de diciembre de 2008

TODOS LOS TESOROS DE LAOS

Tras el chute de relax en las 4000 Islands, empezamos poco a poco a desandar camino y recorrer Laos hacia el norte, siempre con el Mekong cerca. Este es un mundo de agua, y a cada momento hay que saltar a un bote o un pequeño ferry para moverse por los dominios del gran río. Unos 70 kilometros al norte hacemos un alto en Champasak, una aldea que queda al otro lado del río, así que una vez más debemos embarcarnos en uno de los destartalados ferries que surcan estas aguas. Llegamos al mediodía y justo con tiempo de localizar un sitio para dormir antes de que se arranque a llover con toda la fuerza del mundo.


Estamos en el comienzo del monzón, así que estas tormentas cada vez empiezan a ser más habituales. Por la tarde, después de un claro que dura lo justo para dar un corto paseo por el pueblo, llega la gran tormenta. Es una de las más espectaculares que hemos visto en el viaje, porque a la lluvia torrencial se le unen unos rayos impresionantes. Nos alojamos en un bungalow de bambú a pocos metros de la orilla del río y tenemos el comedor-terraza justo al lado, desde donde contemplamos a cubierto avanzar la tormenta que viene río arribario. A nuestro alrededor, el único elemento que parece existir es el agua: nubes, lluvia torrencial, charcos, goteras, mas río. Es un espectáculo que no se puede olvidar. Pasamos la noche con un ojo medio abierto, porque aunque mucho tiene que llover para que el caudal del río suba hasta niveles peligrosos, somos novatos en estas latitudes y todo parece posible.

Al día siguiente amanece lloviendo. Pero por suerte acaba despejando así que alquilamos unas bicis y nos vamos pedaleando hasta el templo Wat Phu Champasak, unas de las ruinas arqueológicas más importantes del país. Este conjunto de templos hindús se construyó en el siglo VI y formó parte del reino de Angkor Wat en Camboya. Parte de los monumentos están ubicados en la parte más alta de una colina, desde donde hay unas vistas preciosas de la llanura del Mekong: el verde de los arrozales se pierde en el horizonte como si fuese una manta de terciopelo que cubre hasta donde abarca tu vista. Hoy en día el sitio tiene una pinta un poco ruinosa, como suele pasar en todos los países pobres que no tienen fondos para conservar su patrimonio, pero a pesar de que los siglos han hecho estragos y de que la selva lucha por tragarse las pocas ruinas que quedan, lo que está en pie es fascinante y como en otras construcciones de los antiguos se puede respirar todavía un aura especial mientras caminas entre las piedras milenarias. Ni te cuento si te pones a imaginar cómo sería cuando aún estaba en su época de máximo esplendor!!! Wat Phu Champasak es uno de esos sitios que puedes recorrer en media hora, pero si te dejas seducir por su encanto y vas sin prisa es fácil pasarse unas horas explorándolo.


El paseo de ida y vuelta en bici es otra maravilla, yendo por caminos que casi no están transitados, rodeados de arrozales, sorprendiéndonos en cada esquina con las cosas más simples y sintiéndonos libres de verdad. ¡Cómo estamos disfrutando con los medios de transporte "lentos"!


Pero después de toda tormenta, siempre llega la calma. Y aprovechamos la calma para retomar nuestro rumbo hacia el norte. Tenemos que hacer parada técnica en Paksé, una de las ciudades mas importantes de Laos, que no deja de ser un pueblo grande. Aquí disfrutamos de uno de los pocos días secos que vamos a tener en este país, así que recorremos su calles y mercados haciendo tiempo hasta nuestro bus nocturno. Hasta en sus ciudades, igual que en el campo, la vida en Laos transcurre lenta, al ritmo del río que le atraviesa de norte a sur. Llegamos nuevamente a Vientiane, pero esta vez pasamos de largo y conectamos con otro bus que nos lleva hasta Van Vieng, a donde llegamos después de 32 horas de viaje desde que salimos de Champasak.

Van Vieng es la meca de los mochileros con pocas aspiraciones culturales. Ahí se concentran para sacarle el mejor provecho a las baratas cervezas locales y para tirarse en flotadores gigantes río abajo entre cerveza y cerveza (deporte al que han bautizado como "tubing"); por el camino hay bares a las orillas del río y tirolinas colgadas de las ramas de los árboles suspendidas algunas en medio de la corriente. Los brazos rotos, ojos morados y cuerpos doloridos suelen ser cosa habitual, pero por desgracia a veces los accidentes acaban en cosas mucho más graves. En Van Vieng deben tener la mayor concentración de bares por habitante de todo Laos, pero así ha de ser para seguir atrayendo a los turistas que vienen buscando juerga y acción acuática. Por eso estamos en el mejor lugar de Laos para ver la retransmisión de la final de la Copa de Europa. No es que estemos muy al tanto de este tipo de eventos, pero una cosa así no podíamos perdérnosla. Y además tenemos la suerte de poder compartir el partido con Eva y Sebas, una pareja de madrileños con los que nos cruzamos aquí, ellos haciendo su vuelta la mundo en sentido contrario a la nuestra. Una pena que a partir de aquí seguiremos rumbos diferentes, aunque nunca se sabe cuando dos caminos pueden volver a cruzarse.

Pero además de estas atracciones, lo mejor de Van Vieng es la belleza de su paisaje kárstico y la cantidad de cuevas que hay por los alrededores, razón por la cual nos quedamos unos cuantos días en el pueblo. Es el mismo tipo de paisaje que vimos en Yangshuo (en China) y que nos dejó fascinados hasta tal punto que no hemos dudado en venir aquí para verlo de nuevo. Como estamos en pleno comienzo del monzón, las lluvias nos marcan un poco el ritmo, pues aquí cuando lluve, LLUEVE!!!


En Van Vieng volvemos a subirnos a un destartalado bus local que nos lleva hasta Phonsavan por una ruta de montaña llena de curvas y unos picachos que esconden sus cimas entre las nubes. Phonsavan queda fuera de las rutas turísticas más habituales en Laos. Y cuando llegamos allí, se nota. Por la calle apenas hay occidentales, y la gente nos mira con más curiosidad que en otros sitios. Aquí probamos la sopa más rica de Laos, en un pequeño comedor local que descubrimos por casualidad mientras recorremos la zona en moto.



Visitamos la Plain of Jars, un curioso lugar donde se conservan cientos de jarras gigantes de piedra. No se conoce su origen, ni su función, ni su historia, así que cada uno puede dar rienda suelta a su imaginación. A nosotros nos parecen los restos del botellón de alguna cuadrilla de gigantes prehistóricos de la Edad de Piedra. Esta zona es peligrosa para hacer trekking, pues está plagada de minas, así que hay que ceñirse a los caminos transitados y a las rutas marcadas. Pero éste de las minas es un drama de la sociedad de Laos que sobre todo se puede palpar en esta provincia. No deja de ser irónico que un país de una gente tan tranquila e inofensiva haya sido el más bombardeado del mundo. La chatarra militar se ve por todos lados: obuses adornando la entrada de los hoteles, o carcasas de bombas reutilizadas como maceteros a la puerta de las casas.


Nuestro siguiente destino es Luang Prabang. Como preferimos viajar en los buses locales antes que en los turísticos, para llegar hasta allá nuevamente tenemos que armarnos de valor para montar en uno de estos vehículos kamikazes que tienen una habilidad especial para coger las curvas rectas. Estos conductores desafían todas las leyes de la buena razón en su forma de conducir. Pero si eres resistente al mareo, puedes llegar a disfrutar de algunos de los paisajes más bonitos del Sudeste.