viernes, 5 de diciembre de 2008

ECHANDO RAICES EN LUANG PRABANG

Salimos de Phonsavan una mañana soleada y el autobús nos lleva una vez más a través de sinuosas carreteras de montaña que atraviesan paisajes de un verde profundo, salpicados aquí y allá de pequeñas aldeas. A mediodía hacemos un alto en un cruce de caminos que a pesar de ser sólo un pequeño conjunto de casas y restaurantes de carretera, parece ser un lugar de paso para mucha gente. Compartimos la comida con un chico inglés de padres chinos, que viaja en nuestro bus y nos cuenta su historia: está recorriendo Asia en busca de sus raíces. Las paradas en ruta son siempre cortas así que al poco rato reemprendemos la marcha y a media tarde llegamos a Luang Prabang. Como en todas las ciudades laosianas, la estación de buses queda a las afueras y alejada de la ciudad, así que la primera batalla es como siempre ponerse de acuerdo con algún conductor de tuk-tuk en el precio del trayecto hasta el centro.

Luang Prabang es la ciudad más turística de Laos, y la antítesis a Van Vieng: mucho turista europeo y no tanto anglosajón, muchos visitantes de mediana edad incluso familias y no tanto mochilero veinteañero, un montón de templos y actividades culturales para mantenerse ocupado unos cuantos días y nada de bares que se mantienen abiertos hasta el amanecer. Luang Prabang es la joya del turismo en Laos. Cuando llegamos al centro los artesanos están empezando a montar el mercado nocturno. Cada tarde a partir de las 5 se cierra al tráfico una de las calles principales y comienza el despliegue de puestos de lámparas, colchas, joyas de plata, ropas tradicionales y tallas de madera. Es el paseo perfecto para antes o después de la cena, y el sitio ideal para practicar tus dotes de regateo.


Comparado con el resto de sitios que hemos visitado en Laos, Luang Prabang es donde más visitantes y animación hay, aunque sigue siendo un sitio muy tranquilo y relajado. Para las 10 de la noche todos los restaurantes, agencias de viaje y puestos del mercado nocturno se recogen siguiendo una costumbre local que trata de preservar su forma de vida tradicional. A las 6 de la mañana del día siguiente el pueblo reinicia su actividad con la procesión de recogida de limosnas de los monjes budistas de todos los templos. Y para las 7 ya está totalmente activo el mercado de frutas, verduras, carnes y pescados, en el que seguimos descubriendo cosas nuevas y curiosas a pesar de que ya hemos visto unos cuantos mercados a estas alturas del viaje.

En Luang Prabang pasaremos 11 días estupendos, totalmente relajados y disfrutando de la vida tranquila del pueblo y visitando sus numerosos templos y los alrededores. A pocos kilómetros están varios parques naturales con unas cascadas espectaculares: Tat Kuang Si waterfalls y Tad Sae waterfalls. Son unos parajes de película donde es todo un placer para los sentidos darse un chapuzón.




Además del mercado nocturno de artesanos, descubrimos el mercado nocturno de comidas, donde acabaremos yendo todas las noches para cenar pescado fresco del río Mekong asado a la brasa. La sopa de noodles también es uno de nuestros platos preferidos y aquí tienen su receta particular. Con este tipo de delicias a nuestro alcance es fácil no echar de menos la comida de casa. Ya que casi todo el mundo incluye Luang Prabang en su plan de viaje, no es de extrañar que aquí nos hayamos reencontrado con viejos conocidos del viaje: con David y su madre, de Donosti, con quienes coincidimos en Hangzhou (China) en Marzo pasado; y con Marion y Stephane, a quiene conocimos en el sur de Laos en las 4000 Islands. Y también será aquí donde nos encontraremos con Mayas, colega de Durango que se unirá a nosotros por unos días en su ruta de vacaciones por Laos, Tailandia y Vietnam.Lo que hace especial a Luang Prabang y atrae a tantos visitantes es su espiritualidad. En el pueblo se concentran un buen número de templos y monasterios budistas, la mayoría auténticas obras de arte. Los monjes de cabeza rapada y túnica naranja son la seña de identidad de Luang Prabang y es imposible no cruzarte con ellos por la calle cuando van de camino a sus clases, en las salas de internet mientras chatean con turistas para practicar inglés, o verles en sus quehaceres diarios al visitar cualquiera de los templos de la ciudad. Sobre todo en estas ocasiones buscan curiosos la conversación del visitante, pues es su mejor ocasión para practicar inglés y para conocer más de otros países y culturas. La mayoría proceden de zonas rurales apartadas y su estancia en el monasterio es todo un esfuerzo para sus familias que se sacrifican para que ellos puedan acceder a una educación. Sus vidas son duras pues viven con lo justo y no tienen ningún lujo, pero todos se consideran afortunados de tener la oportunidad de educarse para optar a un futuro mejor. Varias mañana madrugamos para ver la procesión de las limosnas, un ritual que se mantiene en el tiempo y que simboliza la vida de privación de los monjes budistas, que salen a pedir comida cada día al amanecer. Lo que los vecinos del pueblo les den se comparte entre todos, y éste es el único sustento del que disponen.


Para experimentar un poco más la cultura laosiana, nos apuntamos a un curso de cocina de un día. Antes de empezar la clase, nuestro maestro cocinero nos lleva de visita al mercado, donde nos ayuda a descrubrir multitud de ingredientes desconocidos para nosotros, y a descrifrar su aplicación en los platos típicos de la cocina del país. Después de la visita al mercado nos pasamos toda la mañana cocinando varios platos tradicionales. La clase es muy práctica, y a todos nos toca picar, trocear, machacar, mezclar y freir. Para cuando llega la hora de la comida hemos sido capaces de prepararnos un pequeño banquete del que damos buena cuenta. El menú: una salsa para untar a base de chili picante, sticky rice a discreción, una ensalada de carne cruda aderezada con bilis de búfalo, lemon grass relleno de pollo y pescado fresco del Mekong cocinado en su jugo y envuelto en hoja de banano. Ha sido una experiencia muy divertida ... ¡y también sabrosa! porque por raros que suenen los platos, está todo delicioso. Lástima que la mayoría de los ingredientes sean un tanto especiales, con lo que no será fácil reproducir estas recetas en casa (hoy por hoy, la bilis de búfalo o la flor de bananero no es que sean demasiado frecuentes en las tiendas, ¿no?).

Y casi sin darnos cuenta llega el momento de seguir la marcha y despedirse de Luang Prabang, uno de los sitios donde más nos hemos arraigado. En compañía de Mayas nos embarcamos en uno de los pequeños botes cubiertos que remontan el río Mekong hacia el norte, hasta la frontera con Tailandia. Es un trayecto de 2 días por el río, navegando a contracorriente por una zona selvática donde la población es muy escasa y dispersa. El primer día atracamos en Pak Beng para hacer noche. Es el único pueblo entre Luang Prabang y la frontera con Tailandia. La mañana siguiente temprano volvemos a embarcar y poco antes del atardecer llegamos a Hua Xay, a pocos metros de la frontera con Tailandia. Desde aquí, sólo hay que cruzar el río para cambiar de país. Pero eso ya será a la mañana siguiente, pues llegamos cuando la frontera ya está cerrada. Así que aprovechamos nuestra última noche en Laos para disfrutar con los compañeros de viaje del bote de una buena cena típica.

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