jueves, 4 de diciembre de 2008

TODOS LOS TESOROS DE LAOS

Tras el chute de relax en las 4000 Islands, empezamos poco a poco a desandar camino y recorrer Laos hacia el norte, siempre con el Mekong cerca. Este es un mundo de agua, y a cada momento hay que saltar a un bote o un pequeño ferry para moverse por los dominios del gran río. Unos 70 kilometros al norte hacemos un alto en Champasak, una aldea que queda al otro lado del río, así que una vez más debemos embarcarnos en uno de los destartalados ferries que surcan estas aguas. Llegamos al mediodía y justo con tiempo de localizar un sitio para dormir antes de que se arranque a llover con toda la fuerza del mundo.


Estamos en el comienzo del monzón, así que estas tormentas cada vez empiezan a ser más habituales. Por la tarde, después de un claro que dura lo justo para dar un corto paseo por el pueblo, llega la gran tormenta. Es una de las más espectaculares que hemos visto en el viaje, porque a la lluvia torrencial se le unen unos rayos impresionantes. Nos alojamos en un bungalow de bambú a pocos metros de la orilla del río y tenemos el comedor-terraza justo al lado, desde donde contemplamos a cubierto avanzar la tormenta que viene río arribario. A nuestro alrededor, el único elemento que parece existir es el agua: nubes, lluvia torrencial, charcos, goteras, mas río. Es un espectáculo que no se puede olvidar. Pasamos la noche con un ojo medio abierto, porque aunque mucho tiene que llover para que el caudal del río suba hasta niveles peligrosos, somos novatos en estas latitudes y todo parece posible.

Al día siguiente amanece lloviendo. Pero por suerte acaba despejando así que alquilamos unas bicis y nos vamos pedaleando hasta el templo Wat Phu Champasak, unas de las ruinas arqueológicas más importantes del país. Este conjunto de templos hindús se construyó en el siglo VI y formó parte del reino de Angkor Wat en Camboya. Parte de los monumentos están ubicados en la parte más alta de una colina, desde donde hay unas vistas preciosas de la llanura del Mekong: el verde de los arrozales se pierde en el horizonte como si fuese una manta de terciopelo que cubre hasta donde abarca tu vista. Hoy en día el sitio tiene una pinta un poco ruinosa, como suele pasar en todos los países pobres que no tienen fondos para conservar su patrimonio, pero a pesar de que los siglos han hecho estragos y de que la selva lucha por tragarse las pocas ruinas que quedan, lo que está en pie es fascinante y como en otras construcciones de los antiguos se puede respirar todavía un aura especial mientras caminas entre las piedras milenarias. Ni te cuento si te pones a imaginar cómo sería cuando aún estaba en su época de máximo esplendor!!! Wat Phu Champasak es uno de esos sitios que puedes recorrer en media hora, pero si te dejas seducir por su encanto y vas sin prisa es fácil pasarse unas horas explorándolo.


El paseo de ida y vuelta en bici es otra maravilla, yendo por caminos que casi no están transitados, rodeados de arrozales, sorprendiéndonos en cada esquina con las cosas más simples y sintiéndonos libres de verdad. ¡Cómo estamos disfrutando con los medios de transporte "lentos"!


Pero después de toda tormenta, siempre llega la calma. Y aprovechamos la calma para retomar nuestro rumbo hacia el norte. Tenemos que hacer parada técnica en Paksé, una de las ciudades mas importantes de Laos, que no deja de ser un pueblo grande. Aquí disfrutamos de uno de los pocos días secos que vamos a tener en este país, así que recorremos su calles y mercados haciendo tiempo hasta nuestro bus nocturno. Hasta en sus ciudades, igual que en el campo, la vida en Laos transcurre lenta, al ritmo del río que le atraviesa de norte a sur. Llegamos nuevamente a Vientiane, pero esta vez pasamos de largo y conectamos con otro bus que nos lleva hasta Van Vieng, a donde llegamos después de 32 horas de viaje desde que salimos de Champasak.

Van Vieng es la meca de los mochileros con pocas aspiraciones culturales. Ahí se concentran para sacarle el mejor provecho a las baratas cervezas locales y para tirarse en flotadores gigantes río abajo entre cerveza y cerveza (deporte al que han bautizado como "tubing"); por el camino hay bares a las orillas del río y tirolinas colgadas de las ramas de los árboles suspendidas algunas en medio de la corriente. Los brazos rotos, ojos morados y cuerpos doloridos suelen ser cosa habitual, pero por desgracia a veces los accidentes acaban en cosas mucho más graves. En Van Vieng deben tener la mayor concentración de bares por habitante de todo Laos, pero así ha de ser para seguir atrayendo a los turistas que vienen buscando juerga y acción acuática. Por eso estamos en el mejor lugar de Laos para ver la retransmisión de la final de la Copa de Europa. No es que estemos muy al tanto de este tipo de eventos, pero una cosa así no podíamos perdérnosla. Y además tenemos la suerte de poder compartir el partido con Eva y Sebas, una pareja de madrileños con los que nos cruzamos aquí, ellos haciendo su vuelta la mundo en sentido contrario a la nuestra. Una pena que a partir de aquí seguiremos rumbos diferentes, aunque nunca se sabe cuando dos caminos pueden volver a cruzarse.

Pero además de estas atracciones, lo mejor de Van Vieng es la belleza de su paisaje kárstico y la cantidad de cuevas que hay por los alrededores, razón por la cual nos quedamos unos cuantos días en el pueblo. Es el mismo tipo de paisaje que vimos en Yangshuo (en China) y que nos dejó fascinados hasta tal punto que no hemos dudado en venir aquí para verlo de nuevo. Como estamos en pleno comienzo del monzón, las lluvias nos marcan un poco el ritmo, pues aquí cuando lluve, LLUEVE!!!


En Van Vieng volvemos a subirnos a un destartalado bus local que nos lleva hasta Phonsavan por una ruta de montaña llena de curvas y unos picachos que esconden sus cimas entre las nubes. Phonsavan queda fuera de las rutas turísticas más habituales en Laos. Y cuando llegamos allí, se nota. Por la calle apenas hay occidentales, y la gente nos mira con más curiosidad que en otros sitios. Aquí probamos la sopa más rica de Laos, en un pequeño comedor local que descubrimos por casualidad mientras recorremos la zona en moto.



Visitamos la Plain of Jars, un curioso lugar donde se conservan cientos de jarras gigantes de piedra. No se conoce su origen, ni su función, ni su historia, así que cada uno puede dar rienda suelta a su imaginación. A nosotros nos parecen los restos del botellón de alguna cuadrilla de gigantes prehistóricos de la Edad de Piedra. Esta zona es peligrosa para hacer trekking, pues está plagada de minas, así que hay que ceñirse a los caminos transitados y a las rutas marcadas. Pero éste de las minas es un drama de la sociedad de Laos que sobre todo se puede palpar en esta provincia. No deja de ser irónico que un país de una gente tan tranquila e inofensiva haya sido el más bombardeado del mundo. La chatarra militar se ve por todos lados: obuses adornando la entrada de los hoteles, o carcasas de bombas reutilizadas como maceteros a la puerta de las casas.


Nuestro siguiente destino es Luang Prabang. Como preferimos viajar en los buses locales antes que en los turísticos, para llegar hasta allá nuevamente tenemos que armarnos de valor para montar en uno de estos vehículos kamikazes que tienen una habilidad especial para coger las curvas rectas. Estos conductores desafían todas las leyes de la buena razón en su forma de conducir. Pero si eres resistente al mareo, puedes llegar a disfrutar de algunos de los paisajes más bonitos del Sudeste.

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